Ya han pasado seis días del año 2019, y sólo hace una semana que, la mayoría de nosotrxs, hacía balance de lo vivido el año anterior. Y yo no soy una excepción.
Curiosamente, entre los muchos momentos vividos, destacó uno en particular. Vaya por delante, que el 2018 ha sido un año rico en desafíos para mí.
El recuerdo en cuestión fue de un día que yo estaba en plena polémica conmigo misma, “gozando” de un momento de plenitud autocompasiva. Pensaba, y penaba, por una de esas vivencias que te plantea la vida que se convierten en carga y te van debilitando. Y a más débil estás, más pesada parece la carga.
El caso es que, pese a mis recursos, estaba en un momento-bucle y era incapaz de ver más allá. Y, entre regodeo y regodeo, algo en mi interior me dijo que estaba equivocando el enfoque. Fue entonces cuando una frase vino a mi mente.
El lastre es el motor
Al principio no le hice ni caso pero fue cogiendo presencia hasta convertirse en un eco persistente que en mi cabeza, poco a poco, ocupo todo el espacio. Entonces, la luz se abrió paso.
Esa frase consiguió sacarme de mi burbuja y devolverme al momento presente (yo iba del pasado al futuro sin escalas). Y me recordó que ciertas vivencias pueden parecer un lastre pero cuando te sobrepones a ellas, y las integras, se convierten en un motor impulsor.
Impulsan a buscar, a cambiar, a aceptar, a … y sobre todo, al dejar de vivirlas como lastre, impulsan a evolucionar. Y ya demostró Darwin que la evolución es adaptación, y que adaptarse lleva su tiempo.
Por eso, cada paso que das, voluntario o no, puede convertirse en un avance hacia un lugar diferente donde lo vivido encuentra significado gracias a quién tú eres ahora. Porque por balances que hagas del pasado, lo vivido vivido está. Y lo que vendrá ja veurem, que dicen en mi tierra.
Eres tú quién al soltar consigue el impulso para avanzar. Eres tú quién convierte el lastre en motor.
Eres tú.
¿Qué vas a hacer los próximos 358 días?