¿Alguna vez al conocer a alguien has pensado qué había algo en él o ella que no te gustaba, que te despertaba un no-se-qué, pero no sabías explicar de qué se trataba?
Hoy quiero hablarte de las impresiones, de la primera impresión en concreto. Piénsalo un momento, sólo tenemos una oportunidad para causar una buena primera impresión. Y además, para hacerlo más interesante, bastan sólo siete segundos para crearla.
Visto así, parece razonable afirmar que esa primera impresión responde a aspectos «evidentes» relacionados con el gusto personal: el atractivo, la actitud, los modales, y eso por nombrar algunos. Y sí es así, en parte.
Pero, para desesperación de la lógica, lo intangible, lo que no responde a lo “evidente” es lo determinante. Porque son los aspectos sutiles, a menudo imperceptibles, y con frecuencia inconscientes, los que marcan la auténtica diferencia. Las sensaciones, esa energía intangible difícil de explicar, envuelve todo encuentro e imprime ese primer contacto de un peso específico que, agrade o no, esboza y condiciona el tipo de relación futura que se creará.
Resulta fácil suponer que lo que realmente construye lo que ves en los demás es tu propia y personal manera de percibir el mundo. Es probable que te apliques el mismo criterio y que te hayas creado una impresión respecto a lo que te está permitido, puedes lograr o debe gustarte.
Y como todo empieza en ti, ser consciente de ello te abre la puerta a relativizar la forma y mirar más allá de lo aparente, en el fondo. Es entonces cuando podrás sentir la sintonía de las almas, primero con la tuya propia, y dejar atrás referencias sociales de carteras, títulos o modas.
Disfruta la riqueza de la diferencia. Disfruta la imperfecta perfección de lo que eres. Disfruta la ausencia de juicio. Disfruta, mímate y cuida tu aspecto para ti.
El reto es que, cada día, te lleves la mejor impresión de ti.